Infierno Mecánico Capítulo 22 -Cuando conocí a los arcontes

     No hacía ni un día en que la pobre María había perdido el brazo y ahora nos veíamos con la cabeza de su padre rodando por la ladera dando saltitos y sonando como un coco relleno. Gritamos al bueno de Yulius que la cogiera, ya que iba en su dirección y con un pequeño salto se tiró a ella como pudo y metiendo los dedos por la boca y la barbilla la agarró, y esta, como de forma jocosa, le dio un mordisco de manera automática. A lo que Julio cayó desmayado, impresionado por tan mala situación. La sirena continuaba y se acercaron los robots reparadores, cogieron la cabeza, la metieron en un casco, pusieron una tapa de metal con un pincho hacia abajo, y de la manera menos delicada, se la incrustaron en el cuerpo aún caliente que yacía en mitad de la pradera.     

    Al poco tiempo, los miembros de Chema empezaron a responder, haciendo pequeños espavientos como latigazos eléctricos que le recorrían el cuerpo, devolviéndole la vida. Se puso de pie. Todos le miramos sobrecogidos, los robots se fueron y allí nos quedamos atónitos mirando el casco, no tenía agujeros, ni nada que nos dejara ver el aspecto de la cabeza, ni su mirada, ni nada. Era un casco opaco, de color gris y azul, tampoco queríamos ver más, pero la curiosidad ya sabéis que es muy atrevida.

    Intentamos captar su atención para comprobar si se trataba de Chemil o ahora era uno de esos extraños seres que a veces veíamos, pero no sabíamos como. Yoli se acercó a él, con cierto recelo, y le pregunto ¿Cariño eres tú? Y este asintió con la cabeza y haciendo un ruido un poco perturbador. No nos quedamos conformes y Yulius le dijo “Cabrón que me has mordido” y Chemil se rio sonoramente como lo hacen los robots cuando ganan una batalla. Ahora ya empezábamos a ver que sí, era Chema. Así que le dijimos a María que le diera un buen pescozón en la cabeza, como le suele hacer cuando su padre está intentando comerse un chorizo braseado, y así hizo y volvió a reírse. En ese momento sí que pudimos confirmar que era él, y miramos a Yoli y le dijimos, así agachando la cabeza un poco, “tampoco está tan mal”.

    Aquel día Chemil no sería el único que perdería partes del cuerpo y la vida natural. Cuando nos repusimos, recogimos todo lo que había tirado por el campo, chatarra útil, y conseguimos que la pobre vaca se pusiera de pie, seguimos el camino. Ahora nos enfrentábamos a un carril parecido a un cañón de roca excavado a mano, con las paredes lisas. Íbamos todos juntos, revisando todos los que nos rodeaba, ya no nos fiábamos de nada, cuando fuimos a salir parecía que el camino era más normal, un ligero y agradable sendero que se introducía en el bosque. Atrapado entre los árboles había un destructor, de aquellos que vimos al principio, ese montículo metálico que lanzaba la bola con una cadena. Parecía que estaba en marcha, pues se podía oír de fondo el engranaje interior con sonido a lata. El artefacto había lanzado la bola y no la podía recoger, la cadena estaba enroscada en varios árboles. Parecía seguro, me dispuse valientemente a pasar por encima de ella, lo conseguí y cuando estaba diciendo a los demás que podían pasar sin problemas la cadena empezó a recoger haciendo saltar por los aires un par de árboles con un ruido estruendoso, quedando atrapada de nuevo, pero una rama salió volando y zas, me corto por la mitad. Quede tirado en el suelo con solo medio cuerpo y no me dio tiempo ni a decir “adiós muchachos”.

    Me vi envuelto en luz saliendo del cuerpo, ligero y feliz, escapando de aquel infernal mundo, Era consciente de lo sucedido pero no había pena ni tristeza en mi interior, podía ver a los demás allí, mirando mi maltrecho cuerpo, mis tripas, mis queridas tripas. Decidí irme. Es verdad que los colores y la energía del mundo cuando mueres es mucho más impresionante, entiendes que el cuerpo es solo un habitáculo, el humano es más, el humano es luz resplandeciente. Cuando me dispuse a seguir el camino de la luz, esa que llaman el túnel, me encontré a medio camino a mi madre, allí estaba. Me habló y me intento persuadir para que la siguiera, era muy convincente, gracias a que dedique años de investigación supe al momento que aquel ser no era ella, podía ver en sus ojos otra mirada, otra vida, me quedé observando su interior y vi perfectamente que aquel ser era un arconte. Un ser que se alimenta de almas, almas viejas y chispeantes. Cuando estaba decidido a quitármelo del medio, una fuerza tiró de mí y en un segundo abrí los ojos y allí me encontraba de nuevo rodeado de mis amigos, sorprendidos de verme despierto. Miré mis piernas y ya no estaban, ahora tenía unas piernas ridículas de metal, muy pequeñas, de 50 cm más o menos, grises y escamosas. Me puse de pie y caminé, eran cómodas, pero espantosas. Otra vez en el infierno mecánico, ahora más mecánico que nunca. Por lo menos no tenía dolor y podría acompañarles hasta el final. Aquello se estaba convirtiendo en un circo ambulante.


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