Ya estábamos acostumbrados a la siniestra y extraña oscuridad perpetua, llevábamos casi dos semanas en la noche eterna, con las estrellas fijas y la luna mirándonos. En el pueblo se notaba que éramos muchos menos. En aquellos días de redención había muerto mucha gente y ya sólo quedábamos unos pocos alegres lugareños.
Sólo justo antes del día de reyes, el día fue un poco diferente. Una luz tenue lo cubría todo, parecido a la luz de la luna en una noche de niebla. No le dimos mayor importancia y seguimos a lo nuestro, hasta que, llegada la tarde de aquel día, que sólo podíamos confirmar gracias al reloj, empezó un fenómeno que no esperábamos. Del suelo, a través de las plantas, árboles y arbustos, salían pequeñas lucecillas que correteaban a través de las ramitas hasta que, llegada a la punta de las mismas, se desprendían y salían volando hacia el cielo, como un pequeño led de colorines, que se perdían en las alturas a gran velocidad.
Un chisporroteo mágico cubría por completo las laderas y los sembrados. Nos dimos cuenta de que al salir a la calle, cuando te ponías encima de la tierra, aquellas luces mágicas corrían por nuestro cuerpo desde los pies a la cabeza y una vez que llegaban arriba, se desprendían de una manera muy juguetona, haciendo pequeñas espirales, con cambios de color, del azul al rojo y luego al verde, muy parecido a las estrellas cuando las observas. Estábamos todos alucinando viendo aquel espectáculo tan maravilloso. Empezaron unas pocas luces, pero luego se fueron incrementando hasta que cubrían el suelo y la vegetación casi por completo. Vimos pasar a un corzo saltarín que iba cantando con sus ladridos y, en cada salto, desprendía aquellas luces, pero más fuertes y grandes, realmente espectacular. Así pues, Julius Towers se puso encima del sembrado y, cogiendo un par de gatos en los brazos, se puso a hacer uno de sus bailes provocando un chisporroteo muy bonito, y todos nos reímos, era muy gracioso ver como le salían de la cabeza todas aquellas luces tan navideñas.
Del suelo empezaron a emerger sapos por doquier, y alguna culebra que estaba oculta, el suelo bullía de vida. Era invierno y había hormigas e insectos, y todo tipo de animalillos pequeños correteaban por todas partes con sus particulares lucecillas. Y así, cuando estábamos con aquel extraño frenesí, el cielo se empezó a cubrir de unas nubes finas y blancas, y empezó el sonar de las trompetas, las mismas que siempre traían la destrucción. Por entonces seguía allí la caja dorada, de la cual emergían increíblemente unos chorros de luz de colores, mucho más potentes y mágicos. Siguieron las luces y las trompetas, y nos dispusimos a esperar lo peor, sin movernos, pues no se sabía donde iba a caer el artefacto y sabíamos que esconderse era inútil, que era mejor vigilar desde la calle.
Pasaron los minutos y con una fina lluvia que lo empezó a cubrir todo, que casi no mojaba pero que provocaba que las luces se incrementaran, unas luces como focos desde el mismísimo cielo se proyectaron a la tierra y así empezaron a descender unos artefactos finos y largos aparentemente, que en un principio, según podíamos ver desde el suelo, parecían bajar con lentitud y suavidad, para luego, una vez que estaban sobre los mil metros, cogían velocidad para incrustarse en el suelo con gran estruendo y violencia. Así pues, fueron cayendo muchísimos de estos nuevos artefactos por todas partes, como estacas, una cada cinco o seis kilómetros cuadrados. Aquellas máquinas no distinguían entre campo y construcciones. Y muchos de ellos, sobre todo en las ciudades se incrustaron en los edificios. Lo mismo pasó en el pueblo, que fue a caer encima de unos de los bares del pueblo destrozándolo por completo.
Uno cayó muy cerca de nosotros, en el sembrado cerca del río, y fuimos a verlo. Las trompetas cesaron y la lluvia también, volvieron a salir las estrellas, las lucecillas seguían con su magia y según nos íbamos acercando al artefacto lo pudimos ver con claridad y aparentemente era tan sólo un poste de acero, de gran altura, como de unos 200 metros. No tenía nada grabado ni colores llamativos, sólo que en la punta del mismo tenía una bola dorada, con pinchos, parecido a un sol. De repente, de aquel poste metálico, como era de esperar, también empezaron a surgir las luces. Pero éstas eran diferentes, mucho más potentes y blancas, hasta el punto que la bola se puso tan luminosa que de ella emergió un chorro de luz como un rayo que se perdía en el cielo, subió y subió hasta que llegado un punto se perdía en las alturas iluminando el cielo. Miles de estos postes por todo el mundo empezaron a emanar esa luz, esos rayos de energía crearon una luz contínua, y después de 12 días se hizo el día otra vez, un día tenue y raro, porque era luz eléctrica. Se parecían mucho las luces a las bobinas de Tesla. El cielo cambiaba de blanco a azul,verde y rojo. Generaban un ruido eléctrico, chisporroteante, con pequeños chasquidos parecido a los truenos. No pudimos acercarnos demasiado, todo lo que estaba cerca, a menos de 300 metros, era aniquilado con un rayo cegador.
Y así empezaron los días tenues con aquel cielo tan extraño. Todo estaba lleno de vida, de la piscina brotaban las ranas, los árboles empezaron a florecer y muchos animales de todo tipo corrían por el campo como enamorados.
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