Pasaba las noches dando vueltas en la cama, no sólo el día de luna llena, que era un tormento para mi, si no todas las noches. Sueños tormentosos de juguetes diabólicos, de aventuras que nunca terminaban, de persecuciones infatigables en donde aquellas máquinas me seguían por todas partes, incluso dentro de casa, y muchas mañanas amanecía con la sensación de que aquello sólo era el principio.
Habían pasado unos días desde que vimos el tren, los operarios habían restaurado las vías y el servicio estaba en plena marcha de nuevo. Ahora estaban instalando múltiples cámaras de seguridad por el recorrido de las vías con el fin de detectar aquellos artefactos antes de que se produjera una situación como la que vivimos. No fuimos los únicos que tuvimos la suerte de ver en directo aquellas máquinas. En internet había numerosos vídeos de situaciones similares por todo el plano, uno de ellos muy gracioso, en la India, donde un grupo de hindúes había conseguido domesticar a la bestia usándola como transporte, y subiéndose encima de ella iban de un pueblo a otro sonrientes y bailando.
Llego el sábado y habíamos quedado con los amigos para hacer una barbacoa nocturna, eran las fechas de las fiestas del pueblo y tocaba divertirse un poco. Se oía de fondo la orquesta y algún que otro cohete resonaba en el cielo, haciendo que saltara de la silla, siempre alerta. Estábamos en una urbanización a tres kilómetros del pueblo, en la paz natural del campo, lejos del bullicio. Allí se encontraban Julius Towers y Mamá Castor junto a su hija Yolipi y su chico gallego, los anfitriones. Habían decorado el cenador, situado en lo alto del jardín, con muchos perros y gatos y unas cuantas velas. El fuego de la barbacoa crepitaba animado por el bueno de Chemil, y su mujer, Yoli, hacía mojitos de fresa, una mariconada que no suelo probar. También estaban las niñas, que más que niñas son ya mujeres cadete, de un tortazo te pueden poner mirando a Cuenca, y para completar, nosotros, haciendo de aquel grupo de amigos una extraña mezcla. La edad del grupo iba desde los 11 hasta casi los 70 años, varias generaciones de vividores con talento natural. Nos unía el amor a lo auténtico, el contacto con la vida, las barbacoas y la risa, que algunas veces estaba aliñada en forma de bizcocho, de ahí el nombre de nuestra "peña".
Estábamos en plena velada, hablando del paseo en el tren y de otras muchas vivencias, qué graciosa es la tragedia vista desde el pasado. Vino, por favor, y un trozo de panceta, dame las anchoas, y así durante muchos minutos, Julius Towers, como buen humano poseído por los gatos, es muy dado a comer pescado enlatado y delicias similares. Había que andarse con cuidado de que algún perro o gato no te quitara la morcilla mientras comíamos, cosa a la que ya estamos muy acostumbrados, y nos parece de lo más normal. Si no te gustan los animales, mejor no te apuntes a la peña "El bizcocho".
En los cielos se oían retumbar los fuegos artificiales de las fiestas, y nos asomamos por la valla para verlos. Aquellos fuegos eran escasos y un poco cutres, cuatro bolas de medio tamaño, unas cuantas cintas de colores y poco más, sólo valieron la pena las palmeras rojas del final, que fueron medio decentes y dejaron el cielo con un rojo muy especial. Por fin se hizo el silencio y poco a poco aquellas mágicas luces se fueron apagando, pero el cielo seguía teniendo un extraño color rojizo, me quedé un rato mirándolo, buscando una explicación, pero tampoco parecía nada del otro mundo, quizás las luces del pueblo o de la orquesta, provocaban aquel color en las nubes.
Seguimos a lo nuestro, las niñas estaban en plan pelmazo: querían ir al baile, no las juzgo, cualquiera de nosotros bailábamos poco y mal y querían divertirse. Nuestro deporte era más tranquilo y apetitoso, levantamiento de brazo copazo en mano cómodamente sentados, acariciando un perro cualquiera. Cuando estaba matando un mosquito, oímos el sonar de la trompeta, pero esta vez más fuerte y chirriante, esta vez no había nubes de agua, sólo unas nubes altas de poca importancia. Nos quedamos callados, se oían los grillos de fondo y el ir y venir de los perros, momento en el que se pusieron a aullar como si los estuvieran atormentando, las gatos huyeron a casa y los perros como locos se revolcaban y lloraban. Intentamos por todos los medios calmar a aquellos animales que sólo quedaron en silencio cuando el sonar chirriante paró. A los pocos minutos, un ruido bronco se extendió por el firmamento, se oían de lejos otras trompetas y otros brumm, con su correspondiente color anaranjado en lo alto, allí donde se sucedían, y estaban por todos lados. De los cielos, en una increíble nube rojiza, bajaba un misterioso objeto parecido a un platillo volante, muy grande y aparatoso. Como en ocasiones anteriores no tenía luces, se veía oscuro y misterioso. Me extrañó que las nubes no fueran blanquecinas y que la lluvia no hiciera su aparición. Esta vez todo estaba más tranquilo pero, en contra de las otras ocasiones, era de noche y los sonidos habían sido más fuertes. Aquellas luces rojizas no pronosticaban nada bueno.
Fue bajando hasta que se posó en el suelo, entre el pueblo y el sembrado, muy cerca de la plaza de toros. Allí quedó posada aquella máquina, que hasta ahora no conocíamos, cogimos los coches y fuimos a verlo. Ibamos en el coche con mucho nerviosismo y risas, hay que recordar que llevábamos unas cuantas copas encima. Llegamos en un minuto, estaba muy cerca. Ya había gente por allí echándole un vistazo, incluso estaba la charanga tocando un poco. Chemil andaba como un capitán de corbeta vigilando de cerca a sus hijas, a las cuales dirigía con gritos y voces. No era para menos, bien sabíamos todos que aquel artefacto podía hacer cualquier cosa en cualquier momento. El aparato era enorme. Aunque no lo veíamos bien a oscuras, parecía tener unos 300 metros de diámetro, era oscuro y no tenía colores ni nada. Estaba cubierto de escamas de metal también gigantescas, redondo como nuestro "planeta", plano en la base y abultado en el centro, como una pirámide pero en redondo. Parecía un pequeño cerro del campo. De sus entrañas salía el sonido de la cuerda, el mismo sonido que ya habíamos oído en otras ocasiones pero mucho más lento, clan clan, cada ciertos minutos. La Guardia Civil apareció, acordonó la zona y nos echó a todos de allí. No pasó nada, no hacía nada, no tenía ruedas, ni nada que nos preocupara a simple vista. Nos volvimos a nuestra guarida y hablamos de lo que habíamos visto, estábamos un poco asustados, pero con una sutil alegría en el cuerpo. Seguimos con nuestra mini juerga hasta que llegó la hora de irse a dormir. Me acosté pensando en aquello como todos, estaba ligeramente cerca de nosotros, a unos 2 kilómetros y eso nos preocupaba. Vueltas y más vueltas de nuevo en la cama, habíamos contemplado por primera vez, aunque aún no lo sabíamos, un destructor.
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Bueno, esto ya empieza a dar un poco de miedito😥😥😥
ResponderEliminar🤣 🤣 🤣 🤣 🤣 Me encanta. Sobre todo lo de la tierra redonda. Me ha impactado. 😜
ResponderEliminar😂😂😂Una pandilla singular. Ahora me quedo con la intriga 😁
ResponderEliminarGuau, vaya tela.
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