Pasaron dos semanas desde el espectacular acontecimiento de la máquina de las palomitas. Aún nos reíamos recordando aquello, y nos dió buenos días de terrazas charlando sobre el tema. Las vacaciones habían acabado y tocaba hacer las maletas y volver a nuestro hogar, Humanes de Mohernando en la provincia de Guadalajara. Nos esperaban por delante casi siete horas de coche, pero íbamos con las pilas cargadas y con ganas de volver a la monotonía.
Montamos en el coche muy temprano, sobre las 6 de la mañana, para hacer el viaje con el frescor mañanero. Todo fue normal, pasamos Sevilla y decidimos ir por la Nacional IV, la de toda la vida, pasamos Córdoba y entramos en la provincia de Jaén, ya cerca del famoso Despeñaperros. Siempre da alegría llegar a este punto, es la unión de la Mancha con Andalucía. Recuerdo muy bien aquel Despeñaperros de antaño, con sus sinuosas curvas, tenía un encanto especial, aunque era bastante peligroso. Ahora habían hecho unos puentes y túneles realmente impresionantes, y pasar el puerto era coser y cantar.
Antes de llegar, cuando estábamos pasando Guarroman, vimos que la zona de montaña tenía un sombrero de nubes blancas muy compactas, no le dimos importancia, es natural que en zonas de montaña se creen este tipo de nubes al estilo cúmulo. Lo extraño era que hacía un día muy tórrido y no habíamos visto ni una sola nube en todo el camino. Una vez que subimos la colina donde empieza Despeñaperros, la luz se volvió más triste y nos vimos debajo de aquellas nubes, tormenta pensamos. Empezó a chispear, cuatro gotas de las que manchan el coche, luego fue a más y justo cuando estábamos rebasando un camión, una pelota de colores rebotó justo delante nuestro, golpeó el suelo y salió disparada hacia arriba a una enorme velocidad. No nos dió casi tiempo de verla, sólo pudimos apreciar que se trataba de un objeto parecido a una pelota de colores. Del impacto que produjo contra el suelo, salieron disparados pequeños fragmentos de la carretera que golpearon nuestro cristal, y el camión y nosotros, nos vimos obligados a frenar y aminorar la marcha.
Nos miramos atónitos pensando en si aquello tendría relación con la extraña máquina que vimos en el Puerto, ni siquiera hablamos, sólo mirábamos a nuestro alrededor. Me puse detrás del camión a modo de protección, y cuando estábamos cruzando el primer viaducto, un enorme puente, otra bola, esta vez más grande cruzó por completo la caja del camión de lado a lado. No cayó desde arriba como la otra. Ésta venía rebotada del muro del acantilado y atravesó el camión como la mantequilla esparciendo parte de su carga, lo que nos obligó a dar un volantazo y esquivarlo, cosa que no pudieron hacer los coches que venían detrás. Pude ver varios golpes desde el espejo retrovisor, y también vi como el camión frenaba y se echaba al arcén. Estábamos solos en la carretera en ese momento.
Aquello no tenía ninguna gracia, multitud de pelotas caían del cielo por la montaña de manera aleatoria, algunas golpeaban los muros y rompían parte de la piedra desprendiéndola, otras pasaban de manera caótica por encima de nosotros a más o menos velocidad, no tenía ningún sentido. Antes de llegar al primer túnel ya circulábamos bastante despacio, a unos 50km por hora, esquivando las pelotas que ahora rodaban por la carretera. No tenían mecanismo, ni nada por el estilo, eran simplemente pelotas de goma, de esas compactas que botan mucho, y que suelen tener una espiral de colores en su interior. Cuando perdían la inercia de su caída se quedaban quietas como es natural. Pensé que dentro del túnel estaríamos a salvo y por fin llegamos. Entramos en dicho túnel y en la oscuridad descubrimos que había multitud de coches parados en las zonas de emergencia, estaba todo ocupado. Seguimos conduciendo, viendo las caras de la gente, que estaban como zombies dando vueltas al coche e intentando salir por las puertas de emergencia.
Un camión también estaba estacionado en el carril derecho, y cuando lo rebasamos oímos un tremendo golpe: una de las pelotas había entrado por la boca del túnel y había impactado contra el camión, creando un cortina de humo negro. Nos dimos cuenta de que tampoco estábamos seguros en el túnel y seguimos conduciendo, despacito pero seguros. Vimos la salida, pero cuando estábamos a punto de alcanzarla, otra pelota (ésta de enormes dimensiones) chocó contra la entrada, destruyendo parte del arco y esparciendo casquetes por todas partes. Gracias a Dios, quedó un carril despejado por donde salimos. Entre túnel y túnel, en ese pequeño tramo de viaducto de medio kilómetro, vimos el caos total, un destrozo impresionante, parecía que habían bombardeado las montañas. Pinos cayendo, piedras, pelotas por todas partes, un milagro que aún estuviéramos con vida. Ni media palabra nos dirijimos, seguíamos para delante como unos zumbados. Casi a punto de entrar al siguiente túnel, varias pelotas nos impedían continuar, las empujé con el coche y las pude ir apartando, aprovechando que estábamos casi parados, le eché valor y bajé del coche para coger una de las pequeñas como "recuerdo". No se me olvidará el sonido cuando abrí la puerta, se oían estallidos por todas partes y una sutil trompeta ronca se oía en el fondo. Era un sonido tan apocalíptico que helaría la sangre de un capitán de la Legión. Continuamos por dentro del siguiente túnel, en aquel pequeño tramo no había casi coches, sólo las heridas que habían producido las pelotas del infierno. Había tres tipos de pelotas como pudimos observar: Unas pequeñas, como la primera que vimos y como la que cojí, de unos 30 cm de diámetro; Otras un poco más grandes y demoledoras, de un metro aproximadamente; Y otras aún más grandes, como la que había impactado contra el camión, de unos dos metros, que hacían estragos por donde rebotaban.
Nos vimos en la tesitura de parar y dejar que el tiempo pasara, esperando a que la lluvía de pelotas cesara, pero el cuerpo no respondía con naturalidad. Con la mente alocada y las piernas temblando aceleré como alma que lleva el diablo y fijé mi destino en salir de allí como fuera y pronto. Nos pusimos a más de 100 km/h y como locos atravesamos el último tramo de Despeñaperros. Ya pasando por Casa Pepe, aminoré la marcha. Veíamos coches aplastados, casas destruidas, baches y destrozos por todas partes. Cuánto pesarían aquellas pelotas que eran capaces de romper el asfalto creando enormes baches en el firme. Nos cruzamos a la Guardia Civil que venía en dirección contraria y nos dirigimos una mirada de espanto, ojo con ojo.
Ya poco a poco salimos de Despeñaperros, y de las nubes, y todo volvió a la normalidad. Allí no había lluvia ni pelotas, salió otra vez el sol y solos por la carretera llegamos a nuestra parada habitual para tomar el refresco o el café, en la estación de servicio de Almuradiel. Paramos el coche, salimos del interior con las piernas flojas. Me encendí un pitillo con la mano temblona, miré a mi chica, miramos el coche y pensamos que habíamos nacido de nuevo. Aquel día no tomamos café, pedimos una copa de orujo de hierbas, necesitábamos un trago que calmara los nervios. Veíamos en la televisión del local las imágenes, en donde se veía pasar nuestro coche. Hablaban de muchos heridos y muertos. Montones de ambulancias y patrullas de la Guardia Civil esperaban que aquello se calmara para poder socorrer a los heridos.
Pasó un hora entera de lluvia de pelotas. Una tremenda hora de destrucción. Un trozo de puente se había caído, y había cientos de coches atrapados en la carretera. Las imágenes de un conductor que estaba atrapado en la catástrofe, y que estaba grabando con su móvil, dieron la vuelta al mundo.
Pero no fue aquel sitio el único que tuvo su peculiar lluvia de muerte, pues varios sistemas montañosos sufrieron la misma suerte. En algunos de ellos, milagrosamente, se vieron afectadas zonas donde no existían carreteras ni construcciones, y el destrozo por tanto fue menor. Nos dió que pensar aquello, ¿acaso quien había dejado caer esas pelotas lo hacía de forma aleatoria? porque en algunas zonas sólo había montañas y no había humanos. ¿Acaso no era un ataque a la humanidad?, ¿tendría relación este extraño fenómeno con la máquina de palomitas?, ¿qué demonios estaba pasando?.
Después de otra copa y con los nervios dentro de lo normal, nos montamos en el coche y seguimos la marcha. Aún nos quedaban tres horas y pico de carretera. No se nos iba de la cabeza la idea de llegar, las imágenes que habíamos visto no se nos iban a olvidar en toda la vida, qué horror!, qué tremenda destrucción con unas simples pelotas de goma!.
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Esto se pone interesante! ¿Qué será lo próximo que caiga del cielo?
ResponderEliminarEste si que es un relato de pelotas. Muy entretenido e interesante👍👍👍
ResponderEliminarEste es muy tu. Me gusta.
ResponderEliminarEste es muy tu, me ha gustado.
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